
Guardo minuciosos pasos durante la semana para gastarlos con un par de amigos en senderos nuevos los sábados o los domingos, depende. Precisamente cuando mi contaminada agenda me permite respiro también algunos suspiros en lugares más abiertos y deslumbrantes. Pongamos por ejemplo que hablo del campo, de una sierra, de un parque natural o reserva.
El senderismo es una practica deportiva que por contra de lo que piensan algunos, requiere cierto nivel de preparación. Sobre todo si el nivel de dificultad de la ruta que toque, es de las que me gustan, escarpadas, con desnivel y zonas técnicas. Lugares por donde el andar sugiere esfuerzo en contacto con la naturaleza. Una fuente donde hacer un avituallamiento o la sombra de un árbol de copa ancha y abierta, donde oír el susurro de sus hojas, mientras repones hidratos con frutos secos empaquetados o propios de la despensa natural, que también.
Coincido con otros coleccionistas de momentos. Entre ellos, expertos metódicos y sensibles, o debutantes aprendices y desconocedores del asunto, da igual.
En este sentido, el síndrome Decatlón hace un daño destructor. Por un módico precio, coges tu cesta de la compra, colocas unas zapatillas de montaña, un par de calcetines, un pantalón de Quechua, camiseta y gorra. Por el mismo importe y ahora dos por uno, te haces con una brújula y una navaja. Y sales por la puerta hecho un experto en montaña porque llevas las dos manos cargadas de bolsas y todos los conocimientos básicos para sobrevivir en la montaña o donde sea, ya saben…
En una de mis últimas salidas, en un tramo de una ruta inolvidable para los sentidos junto a una acequia milenaria obra de musulmanes, con más de mil años de antiguedad, con arboles cargados de castañas, nueces, bellotas, que se movían al compas de una suave brisa. Explosión de colores aderezados por el sonido del agua corriendo. Algunos animales se asustan al paso de los caminantes y rehuyen el contacto visual, se oye no muy lejos el sonido de las zarzas por donde andan escondidos o desde donde salen espantados…
Paso firme, siguiendo al guía que conoce la ruta, porque la estudió o porque ya gastó otros pasos antiguos en el mismo sendero.
En el preciso instante, donde tuvo lugar la mayor de las armonías, la mejor de las sinfonías de fondo, la banda sonora del agua, las hojas al caer al suelo o al pisarlas, la brisa y el crujir de las ramas, los animales en su faena cotidiana, se oye atrás del grupo un señor, en estado parlamentario. De tono firme y contundente, contando historias con olor a gasolina, a pvc, a peleas y discusiones. Reiterando una y otra vez, anulando el sonido de la orquesta, que en ese momento era en directo y en exclusiva…
Más de 1 km, en modo parlamento. Hasta que en una parada, las que se suelen hacer cada poco para reagrupar a los caminantes, se le acerca un veterano, hombre de caminos de mil y un sendero y le dice suave, acompasado:
Señor, es preciso que guarde sus lamentos y agonías para la hora de la cerveza. Allí podrá usted colocar el codo sobre la barra, cruzar una pierna con el soporte para los pies, el codo en el mostrador si es de precisar y poner en valor tan supuesta magnifica historia que ahora cuenta. Le prometo por la madre que me parió, que ninguno de estos ni yo mismo le interrumpiremos hasta que acabe. Pero ahora por lo que más quiera, “cállese”. Oiga al campo como le habla, mire los arboles que le protegen, huela la tierra que moja el agua fría de esta acequia, en la que bebieron su casta y la mía, abrace el horizonte que hay detrás de aquella montaña y siéntase parte del entorno que pisa, conviértase en un elemento decorativo más de este escenario.
El señor, boca abierta, traga saliva, asiente con la cabeza y abdica temeroso: Vale…
De los pasos que tengo guardados para senderos nuevos o usados, me ofrecen silencios que nunca sonaron mejor, yo les aporto risas como señal a cuenta…