
Y entonces fue cuando el firmamento, situado debajo mis zapatillas, me susurraba a tierra movida, a piedra suelta, al aire húmedo y fresco de la mañana. Cuando el ensordecedor silencio de la montaña, abrigaba mis sentidos, abría aún más mis ojos de horizonte, olía mejor a cielo horizontal. Cuando el dolor de mis piernas no dolían, cuando la fatiga de mis pulsaciones me respiraba por dentro, cuando el frio de mis manos templaron mi sudor.
Aparecieron las respuestas de preguntas que nunca me hice, de cómo, de cuándo, de dónde.