
En épocas muy concretas del año, damos licencia a nuestro cerebro, para que nos autorice a comer cualquier cosa, la obsesión de perder peso despues de la vacaciones, descuidar nuestros buenos hábitos y a comportarnos como completos desconocedores de todo lo que hemos aprendido para darle salud a nuestro propio cuerpo, en el que también y por casualidad se encuentra nuestra mente.
Cualquier excusa es buena si el jamón es de primera, o mucho mejor aún, porque si las gambas (camarones) son a la plancha, no hay deportista que se resista.
Luego vienen las poses encogiendo barriguita frente al espejo, las caras de preocupación reprochándote con espanto “¿que es lo que me he comido?”. Incluso uno se llega a decir, “en que estaría pensando”.
Ya sabemos que es más complejo, y que normalmente se tarda mucho más tiempo en recuperar un estado físico optimo, que en perderlo. Más o menos el doble de tiempo.
Que tu cuerpo durante el año, tenga algunas variaciones de peso, dentro de unos parámetros normales, (entre el 5 y 7% del peso corporal), entra dentro de la lógica. No comemos lo mismo en todas las épocas del año, las estaciones meteorológicas influyen en el gasto calórico, y evidentemente los periodos de poca o reducida actividad física influyen en estos cambios.
Luego vienen las poses encogiendo barriguita frente al espejo, las caras de preocupación reprochándote con espanto “¿que es lo que me he comido?”. Incluso uno se llega a decir, “en que estaría pensando”.
Los periodos de descanso son fundamentales, no solo para el cuerpo que necesita un respiro, sino también para la cabeza, que también necesita cambiar de registro, descontaminarse de las rutinas y experimentar otras sensaciones, otras comidas, otras bebidas, otro todo, ya saben…
Enfrentarse a estos primeros días de rutinas, acelera el pensamiento de: “Tengo que ponerme en forma lo más rápido posible”. Y llega incluso de manera contaminante a obsesionarnos.
Ya hemos hablado en otras ocasiones, que provocar cambios en el cuerpo o asimilar rutinas de entrenamiento de cierta exigencia, conllevan tiempo y esfuerzo. Es una tontería pedirle a nuestro cuerpo que responda con inmediatez, cuando hemos descuidado ciertas rutinas que lo mantenían en forma.
El hecho de que antes de que te tomaras un periodo de vacaciones, estuvieses en forma, no te autoriza a pensar que, perder ese estado de forma en unos días, te permitirá recuperarla con la misma velocidad con la que la perdiste. En este caso las proporciones no son matemáticas, y si lo han sido alguna vez, el algoritmo se aleja de la proporcionalidad.
Por ello, estas subidas de peso, después de las vacaciones se deben considerar normales, lógicas y no deben ser fruto de obsesiones, preocupaciones o angustias.
Por lo que si estás dos semanas sin tu rutina de alimentación y entrenamiento, lo normal es que tardes unas cuatro semanas en recuperar tu estado anterior, haciendo de esta proporción un medidor de tiempo estimado, para calcular el tiempo que necesitaras, para recuperar tu estado de forma anterior a la de vacacionarte impudorosamente, dejándote llevar los los helados y chocolates, por los refrescos burbujeantes, las comidas rebosantes de hidratos y grasas que después tratabas con esmero en una larga, tranquila y seguro que merecida siesta.
Nuestra recomendación para acelerar un poco más estos periodos, y encontrarte antes con tu estado físico anterior son:
- Ingerir un poco más de agua de lo habitual, esto te hará sentir más lleno y aliviará tus ganas de comer.
- Puedes ayudar un poco más con fruta de temporada, eso te depurará aún más y te aportará un lote de vitaminas extra.
Por lo demás, ya sabes que los obstáculos están en tu cabeza, no en el suelo y en estos casos, el obstáculo está en tu boca, no en la báscula…